Escritos, reflexiones...

Del vacío, de la nada, se acercan y te dejan huella.

Se pensaba llegar tarde, muy tarde, pero ¿a adónde? Y… ¿ por qué? Quería llegar a casa, su morada, su pequeño templo.

Sabía que muchos de sus conocidos y amigos pensaban que era como un daño agonizante el que se hacía a sí mismo, pero no era así, ¿ por qué debía serlo? No tenía que hacer lo que todos, o más bien lo que la mayoría. De hecho no quería, se sentía bien; y el hecho de vivir en la soledad, no de su existencia como otros pensaban, no queria decir que no se quisiera a sí mismo; pues por el hecho de quererse y sentirse bien le gustaba estar a solas de vez en cuando; ya que parte del día y a veces más, se quedaba con los suyos, engañándose un poco a sí mismo.

Lo hacía por ellos, por los suyos, por su familia; aquellos con quien había convivido la mayor parte de su vida y sin cuenta darse, en su pequeña monotonía lo seguía haciendo, no le disgustaba.

Él, David, que era como se llamaba, así lo sentía.

Esa tarde noche estaba un tanto peculiar, extraño, confundido y a la vez sosegado; le gustaba, le gustaba mucho esa sensación, pero a la vez le incomodaba el no poder compartir esto ni con su mejor amigo; ya que no podía, pues todavía él no entendía lo que estaba pasando dentro de su cuerpo, aún sabiendo que esta gran sensación lo hacía levantarse cada mañana con un ahínco impresionante.

Dentro, muy dentro de sí sabía porqué era, pero no lo podía reconocer; puede que su parte racional, incluso puede que no quisiera reconocerlo por su propio miedo, miedo a lo diferente, miedo a lo que sentia lejano y a la vez cercano de sí mismo.

_ ¿cuánto durará esto? _. Se preguntaba.

_ Ojalá fuese eterno.

Se volvía a decir dentro de sí, de su silencio; de ese silencio que lo hacía volverse interesante y a la vez un enigma para quien sin él darse ni cuenta había alguien que lo observaba cuando podía; ¿quién?.

Que importaba; alguien, alguien que perfectamente intuía que nunca podría acercarse a él sin prejuicios de sí misma, incluso pensaba que esos posibles prejuicios podrían salir de él. Simplemente era alguien insignificante, así se sentía ella.

David se acercaba a casa, la carretera se extendía derecha y lisa en ese pequeño trayecto por el que circulaba. Los letreros ya conocidos indicaban lo poco que le quedaba para llegar, sabiéndolo él, pues el recorrido solía ser casi siempre el mismo. Se detuvo al llegar a los bajos edificios, desembocó en una rampa, la que decía sin palabras:

– Te acercas a casa.

En unos minutos se emergía en sus aposentos, su pequeño templo, como él pensaba; se acercó a la ventana de su cuarto, abrió su pequeño ventanal y en ese preciso momento su silencio se juntó con el que lo rodeaba.

Le gustaba; alzó la vista al cielo, la noche era aterciopelada con extensas guirnaldas como estrellas, todos los esplendores de la noche se juntaban en ese preciso instante, junto con esas sensaciones todavía inexplicables para él; pero le gustaba, le gustaba mucho, estaba cómodo.

Eso era vivir, quizás él no lo supiera, quizás si.

Estaba en el equilibrio exacto entre el presente y el futuro.

Comió un poco, y se acomodó en la salita; en poco tiempo entró en un estado de relajación, de dichoso sopor de acuerdo con su propio cuerpo; le entraba la somnolencia, visto con buenos ojos, un niño conmovedor con gran sueño en esos momentos era lo que parecía.

Se frotó sus cansados ojos, hermosos para quien en ese preciso instante soñaba con él, con sus caricias, con su rostro apenas conocido.

Ella en ese momento despertó de su profundo sueño, despertó con el deseo de decirlo todo, una vez más no ocultar nada, una confesión, una iluminación; despertó del todo y se percató de que lo que pensaba era la profunda realidad; nunca podría ser, pues sabía que la ataba una cadena, la cadena invisible del miedo.

La noche se agolpaba en los ojos de David, que ya acostado iba entrando en minutos en un profundo sueño, hasta ya alcanzarlo.

A la mañana siguiente David se levantaba. Tenía que regresar a su mundo, llegar a los suyos con el rostro de todos los dias. Dejar ahí su duda, su secreto, hasta que algún día accediese a dejarlo compartir, o simplemente con el tiempo, sí, el propio tiempo, olvidarlo.

No pudo olvidar.

Le quedó un hermoso recuerdo.

Una hermosa sensación de seguridad, tranquilidad.

Victoria Besada

victoria.bes.vaz.34@gmail.com
El comienzo de los comienzos se sirve de la nada, al mismo tiempo que al completarse se va encajando el gran puzzle .

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